El caso del COVID-19 y los estragos que sigue generando en muchos países, nos motiva a realizar una reflexión breve acerca de su relación con el tantas veces mencionado proceso de globalización.
En nuestro planeta hemos vivido múltiples procesos de globalización a lo largo de su historia conocida, así como también procesos de fragmentación y aislamiento entre los distintos grupos humanos. Ejemplos de lo primero, diría Harari (2015), es la construcción de grandes ideas fusionadoras que predominaron en amplios espacios geográficos como la religión, el imperio político, el comercio y las finanzas. Sin importar las diferencias culturales y étnicas, estos sistemas se implementaron y prosperaron con una serie de códigos comunes. Cuando estas ideas entraban en crisis o colapsaban, se abría el paso a las tendencias fisionadoras, las de la fragmentación.
Desde las últimas décadas del siglo XX hasta hoy hemos vivido quizás el más intensivo y extenso de los procesos de globalización de la historia humana. Nunca el mundo estuvo tan conectado como hasta hoy por ideas fusionadoras como los derechos humanos (sino en su generalización, sí en su discurso), el imperio del sistema democrático (con todos sus defectos y variantes) y el comercio internacional en su formato actual de libre mercado. Todo ello potenciado por el desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación.
No son pocos los críticos de la globalización contemporánea (entre ellos premios Nobel de Economía como Sen, Stiglitz o Krugman) quienes han advertido la escandalosa desigualdad económica en el mundo, con un número cada vez menor de ricos que concentran cada vez más capital y pobres que cada vez aumentan en número a nivel global (ver informes anuales de Oxfam sobre el tema). De otro lado, también se ha criticado la expansión de la lógica del libre mercado a todo cuanto se pueda aplicar (incluido los servicios considerados esenciales en un Estado de bienestar como la educación y la salud) en la vida de las personas. Nos habíamos creído el cuento aún a pesar de las advertencias que recibíamos de parte de científicos reunidos en el Panel Intergubernamental del Cambio Climático, quienes cada año nos proporcionaban evidencias del calentamiento en el planeta. Hasta hace muy poco nos dijeron que íbamos camino a presenciar, dentro de un corto tiempo, grandes desastres naturales si no hacíamos algo para cambiar el actual sistema energético, la sobrepoblación y el modelo económico predominante. Estos tres factores contribuyen a arrojar ingentes cantidades de gases invernadero en la atmósfera.
¿Cómo se entiende el contexto actual de la pandemia generada por el COVID-19 y la globalización? En lo particular, invito al lector a comprender este fenómeno en el marco de tres fuentes que pueden ayudarnos a buscar salidas. En primer lugar, la teoría de Gaia formulada en 1979 por el científico inglés James Lovelock (1919), quien considera al planeta Tierra como un ser viviente, capaz de contar con mecanismos de defensa para afrontar las amenazas a su supervivencia. Los seres humanos hemos quebrado ese equilibrio con el crecimiento poblacional, nuestro estilo de vida y la explotación desmedida de los recursos naturales. La Tierra, según este autor, podría generar como ser viviente los mecanismos para restituirse del calentamiento global, y si ello supone disminuir la población de seres humanos, habrá mecanismos para ello. Su predicción desde hace muchos años es que hacia el 2050 estaremos viendo las primeras inundaciones de países y los desplazamientos de grandes cantidades de seres humanos, con todas las consecuencias que ello supone. ¿Acaso la epidemia que hoy vivimos es una manifestación de los mecanismos de defensa de Gaia?
En segundo lugar, vendría bien leer a Stalsett (2005) y otros autores que desde la teología y la filosofía apelan a la idea de la vulnerabilidad del ser humano. Es decir, aquello de lo que nadie, más allá de las diferencias de cualquier tipo, puede eludir como una condición. Todos podemos ser presa de abusos o víctimas de determinadas circunstancias que afectan nuestra integridad como un asalto a mano armada, la explotación laboral o el comercio sexual, por ejemplo. Esa condición debería ser nuestro punto de partida para crear un modelo global de convivencia lo más justo posible. ¿Cuán vulnerables somos hoy a propósito de esta pandemia? Hoy importa poco si eres de tal o cual país, grupo étnico, religioso o estrato socioeconómico, todos somos hoy más vulnerables que nunca. En realidad, siempre lo hemos sido, aunque muchos no lo queríamos admitir.
Finalmente, retomo algunas ideas de Harari publicadas en un interesante artículo (Time, 15 de marzo de 2020) titulado “En la batalla contra el Coronavirus, la humanidad carece de liderazgo”. Contrariamente a lo que se piensa, la lucha contra este flagelo está suponiendo fragmentarnos, fisionarnos nuevamente mediante el cierre de fronteras y el aislamiento. Sin embargo, el autor destaca las ventajas de la información y el conocimiento que hoy tenemos para hacer frente a esta situación respecto de otras similares ocurridas en el pasado. Por ello, ganaremos la batalla si es que cooperamos y compartimos las experiencias y los aprendizajes. Lo lamentable en este panorama es la ausencia de liderazgos de alcance global, nos dice el autor.
Del mismo modo, a estas alturas no tenemos idea de las dimensiones de la recesión económica mundial que se nos viene en los próximos años. Lo deseable, es que lo hagamos en el marco de un nuevo modelo económico, comercial y político global que nos permita cuidar el medio ambiente, reconocernos humildemente como seres vulnerables y cooperar con los demás. No olvidemos que como especie evolucionamos así, cooperando.
Oscar Sánchez Benavides
Antropólogo y docente universitario
Compilador del libro: La inevitable globalización