Países con fronteras cerradas, el comercio intercontinental casi paralizado o, si se mueve, es casi exclusivamente para buscar mascarillas y respiradores. Transitar por las calles solo para lo absolutamente necesario. La globalización, de pronto, parece haberse reducido a tu barrio, a tu cuadra.
¿El coronavirus y sus consecuencias le dieron una estocada a ese proceso que ha acaparado nuestras vidas en las últimas décadas?
Si algo nos va a quedar claro es que el mundo no va a ser igual. La globalización, ese proceso que ha permitido interconectarnos desde hace siglos y que se ha acelerado a un ritmo trepidante desde la aparición de Internet y las nuevas tecnologías de la comunicación, está arrinconado.
Los estado-nación se resguardan ante el miedo de que el virus, que además no discrimina fronteras, razas ni billeteras, siga contagiando y matando a más personas. Los extranjeros claman a sus gobiernos regresar a sus países, y los inmigrantes prefieren ahora estar en sus ciudades, sus pueblos, para estar a salvo. ¿Alguna vez pensó que la continua migración del campo a la ciudad que el Perú ha vivido desde los años 50 ahora vaya en sentido contrario? Las caravanas de migrantes que pugnan por regresar a pie desde Lima hacia Huancavelica o Tarapoto, nos está poniendo de cara hacia esta nueva realidad.
La globalización estaba herida ante la avalancha de los nuevos nacionalismos y populismos reforzados con la llegada de Donald Trump al poder en el 2017. Lo llamaban incluso ‘globalismo’, un concepto más ideológico (Gideon Rachman, 2019) y que se opone a la inmigración, la diversidad y la gobernanza transnacional. El deseo de fortalecer las industrias nacionales para crear nuevos empleos iba de la mano con la crítica a los organismos multilaterales. «El futuro no pertenece a los globalistas, el futuro pertenece a los patriotas», dijo el presidente estadounidense en su discurso ante la Asamblea General de la ONU en el 2019.
Pero, al mismo tiempo, el mundo seguía dependiendo de la necesidad de interconectarse, y las cadenas de suministro global continuaban trabajando sin descanso.
Y de pronto llegó el coronavirus a Wuhan y se esparció por el mundo, justamente gracias a la globalización. Si el SARS afectó seriamente la vida y las economías asiáticas en el 2003, sus consecuencias no se comparan a lo que vivimos ahora, porque básicamente se contuvo en Asia. En aquella oportunidad, “China constituía el 4% de la producción global. Ahora China representa el 16%, cuatro veces más. Eso significa que lo que sea que ocurra en ese país afecta mucho más al mundo», comenta a BBC Mundo el profesor Beata Javorcik, economista en jefe del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo. (15 de abril 2020)
La globalización, como la conocíamos, se está trastocando. La llamada ‘guerra de las mascarillas’, ese todos contra todos donde los países se están enfrentando para poder conseguir los materiales de protección para contener el virus, ha destapado los más arraigados sentimientos nacionales. Mientras tanto, los países en desarrollo, que están quedado al margen del comercio internacional en esta pugna, están en una carrera contra el tiempo para conseguir sus propios suministros. Una carrera donde el ingenio y los pocos recursos pueden volverse valiosos para seguir salvando vidas.
Pero no solo eso. La cadena de suministros ya está variando. Esa donde un producto supuestamente “Hecho en Alemania”, en realidad estaba hecho en seis países más, provocará que ahora se prefiera un producto local para evitar que se alargue aún más la cadena ante el peligro de otra pandemia.
Will Hutton, director de Hertford College, de Oxford University, lo pondera así: “Ahora, una forma de globalización no regulada y de libre mercado con su propensión a las crisis y pandemias ciertamente está muriendo. Pero está naciendo otra forma que reconoce la interdependencia y la primacía de la acción colectiva basada en la evidencia. Habrá más pandemias que obligarán a los gobiernos a invertir en instituciones de salud pública y respetar la ciencia que representan, con movimientos paralelos sobre el cambio climático, los océanos, las finanzas y la ciberseguridad. Debido a que no podemos prescindir de la globalización, lo imperativo será encontrar formas de administrarla y gobernarla” (8 de marzo 2020, “The Guardian”).
Las consecuencias de esta pandemia están cambiando nuestras vidas. La nueva normalidad de la que se habla, en la que la distancia social se convertirá en una horrenda regla donde no podemos abrazarnos ni tocarnos, está trastocando nuestras rutinas. El teletrabajo, las clases virtuales y las reuniones a distancia están imponiendo más que nunca el uso de Internet. Si fuera solo por esto, la globalización entonces está lejos de desaparecer. Solo se está transformando.
Gisella López Lenci
Periodista de la sección Mundo del diario “El Comercio”. Licenciada en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Lima
Coautora del libro: La inevitable globalización